La autora misionera comparte uno de sus cuentos con los lectores de LA CAPITAL.
— Okey Google, coloca alarma a las siete de la mañana.
— Muy bien, se ha programado para las siete de la mañana.
La voz femenina y amable le daba las buenas noches y apagaba las luces LED sin que Silvana tuviera que levantar un dedo. Llegada la hora sonaba la alarma. Con una indicación de voz, se apagaba y daba paso a las noticias de la radio mientras se encendían las luces para empezar el día.
—Google, ¿cuánto está el dólar hoy?
—Según el banco central, la cotización del dólar hoy es de 498 pesos argentinos.
Las mañanas de ajetreo entre el café y el home office pasaban rápido. Eficiencia, esa era la meta que buscaba, cuando mientras se tomaba treinta minutos para elongar el cuello, le pedía a Google que ponga canciones para relajación. O cuando, mientras preparaba el mate, le pedía que reproduzca un podcast sobre clonación o sobre la guerra en Ucrania.
Inclusive cuando salía por las tardes a pasear, cenar con amigos, comprar cosas, conectaba el celular al auto, al smartwatch o a cualquier otro dispositivo. Y éste le confiaba:
— ¡Silvi, tu último post alcanzó las mil vistas hoy!
— ¡Más de lo que te gusta, Silvi: ofertas en indumentaria y accesorios!
— ¡Nuevos capítulos del Podcast Supergirls para que lo disfrutes, Silvi!
En una cena con amigos, levantaba la pantalla para exclamar ante todos:
— People, ¡llegué a los cien mil seguidores!
— ¡Te felicito amiga! Yo tuve que comprar seguidores porque no tenía tiempo para esperar a llegar a cien mil. — dijo Sandra, una chica delgada y pálida como su camisa blanca.
Mirándola de arriba abajo, Nahuel, influencer en tecnología, cambió de tema.
—¿Qué te vas a poner para el evento de mañana?
—Compré un conjunto Gucci, y zapatos Sarkany, por internet.
—Ya tengo cien likes en la foto con mi último outfit— exclamaba con una sonrisa triunfal, levantando el móvil ante sus amigas. — Éste me va a servir para la próxima campaña.
Lo más delicioso de la cena con amigas o de la excursión a las sierras era ver después cuántos likes había levantado con las fotos. Silvana amaba la novedad. Cuando terminó la carrera de marketing a los veinte, siguió con diferentes cursos para aplicar su gusto por las redes y conseguir atraer más clientes a las empresas para las que trabajaba. Justo cuando estaba por volver a su casa, la llamo al celular su hermana. Atendió rápidamente para que deje de sonar.
— No, la verdad no tengo ganas, voy a ir de shopping… Y no le digas que no quiero ir, solamente que no me gustan las cenas familiares… Besos, sister, te quiero.
Una pareja de influencers, bastante conocida en el medio, los invitó a ella y a sus amigos a su casamiento que sería en una casa quinta, escondida entre unas playas abandonadas de la costa. Sería el fin de semana entero.
— Google, cómo va a estar el clima el fin de semana.
— Google, tendencia primavera verano para vestidos de fiesta.
— Google, ofertas marca Zara 2022.
Y la diminuta voz le respondía diligente dentro de sus auriculares violetas. Pasaron los días y llegó la fecha. Organizó su rutina por la noche y se dispuso a descansar.
— Google, colocar alarma a las siete de la mañana.
— Okey, la alarma sonará en ocho horas.
Pero la alarma no sonó. Entre las tinieblas del sueño, su consciente empezó a despertar, dudando de la hora. Miró el celular y ciertamente, eran las siete en punto, pero la alarma no se había enterado. Pensó que era raro, revisó el celular y todo estaba en orden.
De cualquier manera, se levantó. Se cambió, subió la maleta y salió de su casa a las ocho de la mañana. Entró al auto y cuando se dispuso a colocar la dirección en el GPS le pareció que algo andaba mal.
— ¿Por qué me marca cinco horas? Si queda como mucho a dos horas de acá.
Puso de nuevo los datos en el buscador del mapa, eran correctos. Pero continuaba marcándole una ruta que desconocía.
— No importa, ya lo va a recalcular.
Se había mudado hacía poco a la ciudad de Mar del Plata: para no perderse, iba a todos lados con el GPS. Del trabajo a la casa, aunque ya conocía el camino, también se guiaba con el mapa. Le tranquilizaba que le indicara las mejores rutas, los cortes, la hora de llegada.
— Déjame ver qué hay para saborear esta vuelta, na na na nanana…
Mientras manejaba y cantaba veía a través de las ventanillas cerradas los paisajes cambiantes, desde la zona urbanizada hasta los descampados. El cielo que pasaba del celeste al gris. Los vidrios polarizados podían mentir a veces, desde adentro parecía de noche, cuando afuera aún era de día. No veía a nadie a su alrededor. Cuando llego a una estación de servicio, paró y cargó el tanque. Le costó el doble de lo que pensaba, pero lo pagó igual. Miró el celular. Aunque tenía batería andaba bastante lento.
— Dale, agarrá señal.
Lo reinició para ver si funcionaba más rápido. Luego lo volvió a sincronizar con el smart watch y esperó. Se rió cuando vio que todos los contactos tenían otro nombre. En realidad, tenían el nombre completo, como el del DNI, en vez de los apodos o sobrenombres con que ella los había anotado.
— Estás re loco.
De cualquier manera, chequeó todo nuevamente. Le llamaron la atención los mensajes y notificaciones.
“Gordi dónde estás, ya llegamos hace una hora al hotel”.
“La presión cambiaría provocó saltos imprevistos en la bolsa”.
“Tu rendimiento diario fue del 98%”.
Escroleando Instagram, Twitter y Tiktok, no vio nada que le llamara la atención. Mas era como hojear una revista para despertar los sentidos con colores, figuras, música con tonos estridentes. Cuando manejaba no separaba la vista del camino así que necesitaba un poco más de estímulo visual antes de seguir manejando.
Abrió la aplicación del banco, tenía el triple de lo que había visto la noche anterior.
“Aunque improbable, es posible, como cuando hay una vela en el gráfico de acciones y agarrás justo en el segundo donde el valor se triplica antes de corregir”, pensaba mientras intentaba entender qué pasaba.
— No importa. Cuando llegue seguro se va a normalizar.
Los nombres de los contactos ahora marcaban gente que no conocía, con conversaciones donde no hablaban con ella, sino con una tal Silvina que no les responde, solo con un mensaje pregrabado los invita a unirse a su canal de Telegram.
Se sube nuevamente al coche y sigue camino hacia donde el GPS indica. Atraviesa un par de ciudades de aspecto demacrado, como si hubieran pasado por una guerra, calles vacías, edificios con puertas y ventanas ausentes, e inclusive alguno desmoronado hasta sus cimientos.
El firmamento se pintaba de rosa mientras los pies de Silvina obedecían y a su vez ordenaban a la máquina los cambios de velocidades, entre cada curva y contracurva que se le aparecía enfrente.
Una gran ave pasó volando lo bastante cerca como para que ella le prestara tención, parecía un pelícano, rosa como el cielo, y de vuelo majestuoso. “Psicodélico”, pensó.
— Parece un Pokémon.
Y siguió con la vista al ave hasta que se perdió de su rango de visión. Miró el tablero del auto. El marcador de velocidad cambió de KM/H a millas/h. O sea que en vez de ir a 120km/h como pensaba, debía estar a 200km/h. Por eso le costaba tanto controlar las curvas. Casi se había vaciado el tanque. “Pero si lo cargué hace dos minutos”
Parecía increíble, pero no le quedaba más opción que seguir. Según marcaba el bendito mapa, en veinte minutos llegaría a destino. Eran las diez de la mañana, pero no fue hasta las seis de la tarde que llegó, aún con el tanque casi vacío. Estacionó frente a una gran casona de aspecto colonial, paredes amarillas con altos ventanales de marcos dorados.
Se bajó estirando las piernas y elongando el cuello tenso, después del viaje que pareció durar una eternidad.
Las zapatillas Nike blancas se empezaban a llenar de tierra liviana y colorada mientras avanzaba y abría la tranquera. Subía los escalones haciendo rechinar la madera, hasta que en la puerta se dio cuenta que, casi instintivamente, la abrió poniendo la llave en el cerrojo, como si fuera su casa. La
recibieron un aroma a canela y vainilla. Se sacó los zapatos, eran esas zapatillas pequeñas y ortopédicas, mucho más cómodas que modernas. Metió los pequeños pies en las pantuflas rosadas y se sentó en el sillón acolchonado de un solo cuerpo, su favorito. Justo cuando se relajaba en el reclinable sintió en su falda el abrazo de un pequeño bebé, levanta la vista y sus hijos la miran enternecidos.
— Abela, ¿me lalzas? — balbucea con dificultad el pequeño regordete que se sube trepando a las faldas de Silvina con una mano, mientras que con la otra sostiene un I phone pro max 2039
— Hija, te dije que no le des el celular, ¡le vas a arruinar el cerebro a la criatura!
Sofía Servian nació en Posadas, Misiones. Es médica especializada en neurocirugía. Participa de los talleres literarios coordinados por María Laura Paredes (Grupo literario Al Margen) y por Emilio Teno y Mariano Taborda (Taller de Narrativa). Es parte de la antología Libres y Condenados del Grupo literario Al Margen.